Tengo una vecina a la que veo ocasionalmente. Su bebé es un par de meses menor que mijita y tanto la madre como el hijo son realmente adorables. La cuestión es que cada vez que nos vemos, padezco de un terrible caso de déjà vu, porque el encuentro siempre se desarrolla bajo el mismo formato y contenido: invariablemente al inicio o final de su caminata diaria con el bebé cargado al pecho con ayuda de algún sofisticado mecanismo, de esos que ahora están tan de moda, entre las madres de la farándula. Y el contenido de la conversación, al que más bien calificaría de monologo, donde mi participación se limita al saludo inicial “ ¿cómo están?”, y a una serie de interjecciones intercaladas con alta dificultad a lo largo de su detallada descripción de los últimos avances y monadas del nenito: “aja”, “mmm…”, “¿siiii?”, “¡queee lindoooo!”
“Perdón, pero seguramente a la abuela del nene le alegraría mucho recibir tan minucioso reporte de actividades—, pienso para mis adentros, contando en segundos los minutos que lleva mi linda vecina sin parar de hablar.
Esta situación se repite infaliblemente cada vez que nos encontramos, sin importar si el interlocutor (es decir, la que escribe), tiene prisa, quiere ir al baño, está por recibir una llamada importante, o no le da la gana escuchar menudo discurso, y sencillamente tuvo la mala suerte de salir a recoger el correo, justo cuando la vecina pasaba por enfrente.
Situaciones como la de mi vecina son muy comunes, así como encontrarse con mapadres que realmente están convencidos de alguna o más de las siguientes premisas:
a) Que todo lo que hace su hijo es sobrenatural, y supera las expectativas de cualquier madre dentro de su radio social.
b) Que su hijo es adorable bajo cualquier circunstancia, y peor aun que su hija o hijo son el bebé más hermoso que haya pisado este planeta.
c) Que realmente la vida las premió con un hijo genio.
Por todo lo anterior, he llegado a la conclusión de que los mapadres, pero especialmente las madres, son como la justicia: ciegas.
No me tomen a mal, no encuentro del todo nocivo que los mapadres tengamos un profundo amor hacia nuestros hijos, el cual nos dota de algunos superpoderes inalcanzables para los Homos Apaternus (Seres sin hijos o aquellos con incapacidad de amor fraternal):
a) Visión Romántica: cuando vemos a nuestro hijo, todo lo que vemos es a un querubín. Sin importarnos que la ridícula foto que le tomamos a los doce meses, con alitas, pelos parados y traje de Adán o Eva, nos va a costar miles en terapias.
b) Barrera Anti Proyectiles: ninguna indirecta o directa que cuestione o ponga en tela de juicio la superioridad intelectual y física de mi bebé, podrá convencerme que mi hijo es “normal”, como…todos…. Los… niños.
c) Dispositivo Reconciliador: Este es el poder más importante de todos los que adquirimos al ser mapadres y su aplicación más importante la encontramos en la reducción del nivel de tensión con los suegros, especialmente con suegras hipercríticas, ya que la simple existencia de los nietos, nos hace necesarios a los mapadres, convirtiéndonos así en objetos de manejo frágil. Los suegros serán los primeros en buscar tu bienestar por el bien del nieto.
Mi problema con la “ceguera” mapaternal, tiene que ver con algo que he decidido llamar:
Sobredosis de Autoestima.
Más de una vez me he encontrado con niños, ya mayorcitos, hijos de amigos e incluso parientes cercanos, que sin el menor recato, reconocen que son “especiales” y no son “como los demás niños”. Esto es bueno, como todo, sin excesos, porque otros resultados de esta cultura del “ser especial”, es la aspiración a los 15 minutos de fama, que desafortunadamente vemos a diario con muy buenos ratings, en programas tipo: American Idol, o con la imitación de rasgos de personalidad de modelos que no tienen ningún merito ni intelectual, ni emocional, ni mucho menos humano. Ejemplo más visto: ¿Cuántos chihuahuas o máscotas más pequeñas que las pulgas del gato de mi vecina, anda por la calle, atrapado entre las garras de un bolso de mano de diseñador (el bolso puede ser original o copia a elección de la “PET Model” )?. Cualquier persona con un coeficiente intelectual “normal” puede percibir lo ridículo de la imagen, pero sin duda quienes persiguen estos patrones publicitarios, y/o modas, o no les importa o simplemente no alcanzan a comprender el nivel de superficialidad bajo el que están viviendo o peor aún, promoviendo, gracias por supuesto a esta cultura de “Alta Autoestima”, que más bien tendría que llamarse: “Falsa Autoestima”.
Los mapadres debemos buscar que los hijos cuenten con los elementos emocionales e intelectuales para ser felices, esa es una de nuestras tareas más importantes e incluye dotarlos de autoestima, pero también es nuestra obligación transmitirles lo que es la responsabilidad y la capacidad de análisis, ayudarles a desarrollar la habilidades que los ayuden a distinguir lo correcto de lo incorrecto, entre lo alcanzable e inalcanzable, entre la realidad y los “sueños”. Pongo los sueños entre comillas, por una razón: aunque abogo por la realidad, creo profundamente que los sueños pueden y deben alcanzarse, pero entendiendo claramente que los sueños no son como la lotería, sacar un numero y esperar a ver que pasa (aunque nunca pase nada, la ilusión es la que prevalece), para alcanzar los sueños, hay que primero evaluar si este sueño es realmente lo que queremos, definir los pasos que debemos seguir para alcanzarlo, y ya alcanzado el sueño , saber qué es lo que vamos a hacer con él.
Por lo pronto, la próxima vez que me encuentre con mi vecina, después de saludarla le diré que tengo que llamar a mi suegra, para reportarle la serie de eventos extraordinarios ejecutados esta semana por mi maravillosa minigenio de 18 meses.
«Por cierto, vecina, a que edad empezó a caminar Einstein? Creo que un poco después que minigenio. Que increíble no??»
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