Hay un nuevo libro, que creo le sacará ronchas a algunos padres-madres que conozco: «Los padres que aspiramos ser» (The Parents We Mean to be), es una interesante combinación de teoría y práctica psicológica, lograda por su autor Richard Weissbourd–– psicólogo infantil y familiar quien además imparte clases en Harvard.
El libro básicamente ofrece un claro análisis del rol de los padres como maestros de moral de nuestros hijos, y muestra ejemplos de cómo y cuándo la cercanía «insana» entre padres e hijos resulta ser un agente nocivo para la construcción de una buena base moral en los hijos.
Por ejemplo, según la extensiva investigación de Weissbourd, padres que llevan una relación extremadamente cercana con los hijos, pueden poner en riesgo su desarrollo moral, por ejemplo esos padres-madres que hacen todo por los hijos para facilitarles la vida, incluyendo detallitos como: recoger tras ellos todo lo que van dejando en el camino, en lugar de enseñarles a limpiar por si mismos, involucrarse en actividades escolares más de lo debido, y darle prioridad a preferencias triviales de los hijos, antes que las propias–explica–pueden resultar en convertir a sus hijos en personas más frágiles e insimismadas.
Los ejemplos que utiliza son divertidos y patéticos a la vez, por ejemplo el de una madre de una nena de cinco años, que en su «noble» esfuerzo por proteger a su hija de cualquier tipo de molestia, se cambiaba la ropa en múltiples ocasiones hasta que obtenía el Visto Bueno de su pequeña fashionista.
Weissbourd opina que el ponerle un valor tan alto a la felicidad de los hijos, muchas veces resulta no solo en hijos con menos solidez moral, sino –irónicamente– en su propia infelicidad.
De ninguna manera la propuesta de Weissbourd con este libro, es que regresemos a aquellos tiempos de paternidad oscurantista, donde a los padres no se les ocurría ni en navidades palabras como Comunicación y Comprensión, pero si es una abierta recomendación a que examinemos cuidadosamente los tipos de proximidades padres-hijos, que de hecho están creando distanciamientos en el corto plazo.
Es cierto, es un fenómeno muy común actualmente. Del anterior extremo de disciplina exagerada se ha pasado a una complaciencia extrema de los hijos. Creo que debe haber un balance. Sí hay que amar a los hijos, pero con disciplina. A la larga la disciplina es la que formará la seguridad y autosuficiencia de ese adulto en potencia que estamos educando.
Totalmente de acuerdo contigo. Hay que tener un balance, y la disciplina forma al individuo. Siempre y cuando no se entienda por disciplina cualquier medida en detrimento de la dignidad del niño, somo en los viejos tiempos.