Dice William Falk en la revista THE WEEK de esta semana:
Bill Clinton, Hillary, Chelsea, y Marc (flamante esposo de Chelsea) estaban en la mesa contigua a la nuestra, hablando con avidez durante la cena, y mi esposa y yo no pudimos resistirnos a espiar. No, no – no fue en la gran boda del fin de semana pasado, pues aunque no lo crean, no fue invitado. Fue en un restaurante mexicano en la ciudad natal de los Clinton: Chappaqua, Nueva York, donde nos vimos con unos amigos. Mientras revisábamos el menú, la ex Primera Familia pasó frente a nosotros. Cuidando su consumo de Colesterol, Bill ordenó sopa de verduras y fajitas. Pero a medida que hablaba y escuchaba, el Clinton Mayor no dejó de meter la mano a la cesta de los Totopos, y sin pensarlo comía uno tras otro. Sin decir una palabra, Hillary finalmente deslizó la canasta de totopos fuera del alcance de Bill. Era la historia de su matrimonio en un solo gesto: los indisciplinados anhelos de Bill, la vigilante determinación de Hillary en proteger a su marido de sí mismo.
Uno tendría que preguntarse ¿Qué ha aprendido Chelsea a cerca del matrimonio a través de la notoria unión de sus Padres? Podemos inferir que seguramente advirtió a Marc en términos muy claros, mantener las manos lejos de los totopos.
Pero el matrimonio Clinton ha sido más que sus peores momentos. Mientras un sinnúmero de matrimonios se han desmoronado, algo mantiene juntos a los Clinton, algo que mucha gente no puede entender. Ese algo, supongo, es lo que vi en el mucho menos tumultuoso matrimonio de 55 años de mis padres: una aceptación a regañadientes de los defectos y manías del otro, que con el tiempo madura hacia un profundo afecto, una interminable lista de experiencias compartidas; y una conexión que trasciende todas las frustraciones y decepciones. No es el horizonte color de rosa del matrimonio que se encuentra en los cuentos de hadas, pero es el que perdura.
Me gusto! 🙂
Está escrito con gracia y un toque de hondura